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21 de octubre de 2016

A Heráclito con amor

Don Heráclito decía que la única constante es el cambio. Yo a estas alturas de la vida no me voy a poner a pensar si tiene razón o no, pero que tenía razón El Morocho de Éfeso.
Yo, hasta hace 15 días atrás odiaba la playa, tomar sol y comer dulces. Bueno, cambié, ¿y cuál es el problema? Según Dante Alighieri, el tercer círculo de su infierno era la gula; bueno, es el tercer círculo que me ha salido en el lugar donde existía mi cintura. Lo insaciable de los demás círculos está en la lagarteada al sol y del goce de ser revolcada por olas marítimas, antes que por olas humanas.
Todo tiende a cambiar, sino seríamos arena donde no sopla el viento; porque hasta los ríos cambian constantemente. Así que bueno sería que una se mantenga firme como estatua griega, cuando la vida le ha dado celulitis, flacidez y un tembleque que es peor que las dos causas anteriores. Cuando nos ha dado la consciencia que a nuestro árbol del patio le inculcamos, pero el pobrecito no asimila.
Una tiene que cambiar. Muchos se alegraron cuando a los 27 dejé todas mis vestimentas negras por ropas de colores. Otros, cuando decidí dejar de usar reloj y colgar de mi muñeca derecha un montón de pulseras “new hippie” y aceptaron que mis llegadas tarde eran solo de 5 minutos adelantados.
Cuando decidí no tener hijos propios, cuando me convertí en rubia, o en canosa.

Lo mejor de mi vida, fue cuando me decidí aceptarme a mí, con mis fallas, con mis tembleques, con mis errores, con mi mochila, pero aceptando que yo soy yo, y mis circunstancias, pero don Ortega y el Sr. Gasset no se ponen de acuerdo en este tema, así que con suerte, lo solucionamos con la almohada.