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25 de mayo de 2014

Efecto Rivera

Como ya saben, anduve de visita por Bogotá, capital de Colombia y del departamento de Cundinamarca (largo que se mandaron el nombre….).

Allí descubrí varias cosas. Sobre todo la sabiduría infantil.

Mi amiga Claudia, tiene dos hijos, Valentina de 11 y David Santiago de 7, y ellos preguntaban sobre el idioma que se habla en mi país, y porqué soy tan blanca de piel.

Como le explicás a una criatura de 11 años el efecto Rivera? Como le indicás la matanza del Salsipuedes?

No me había puesto a pensar en ello, hasta que se lo comenté a mi querido Santi, y el fue el autor de este título; El EFECTO RIVERA.

También tuve que explicar a muchas colombianas el porqué las uruguayas no nos producimos tantos como ellas, ni usamos tanta parafernalias para vernos lindas, ni porqué nuestros hombres son más lindos, ni porque en mi país me consideran petisa, cuando para ellos yo soy rubia y alta; no tanto como las gringas, pero alta y rubia al fin para sus parámetros.

Como le explicás a un niño colombiano que nosotros no tenemos casi indígenas – gracias al Efecto Rivera, que nuestra población tiene solo un 5% de raza afroamericana, o afrodescendientes, cuando ellos se llaman orgullosamente indios y negros y niegan la palabra “morenos”. Porque ellos son de todas las razas, blancos mezclados con negros, indígenas con negros, indígenas con blancos, mulatos, y muchas razas que nosotros no conocemos. Porque no saben que es el Uruguay, ni que clase de personas lo habitan, porqué no hablamos la misma lengua, aunque si el mismo idioma.  No entienden porqué una persona de pelo oscuro natural (como lo soy yo antes de tantas tintas) puede ser tan clara de piel.

Tampoco entienden el porqué cuando en Colombia los niños comparten la vida de los adultos, en Uruguay los relegamos a la idiotez infantil. Los niños colombianos viven la vida de sus padres, comen, comparten la vida, sin un pelotero, sino la vida real, la oficina donde trabajan sus padres es “SU CASA” más allá de su hogar, donde sus padres hacen cometas, van a los bailes y teatros con ellos, festejan el día de la madre como un día de guardar de los cristianos;  y sobre todo, son consultados sobre la vida real, los niños toman decisiones, no solo acatan órdenes.

Creo, desde que los conocí, entendí que los bogotanos tienen mucho que enseñarnos.

Tienen misas en los “shoppings”! Eso es raro, porque Jesús retiró a los mercaderes del templo, pero ahora los curas y los pastores buscan a los mercaderes para predicar La Palabra.

Pero me quedó un hermoso recuerdo del pueblo bogotano que es increíblemente amistoso, y ojalá tenga la oportunidad de conocer otras ciudades colombianas.


Que desastre que soy!

Las personas siempre tienen un lado bueno y otro malo. Entre la lista de mi lado malo, está que soy muy desordenada, por no decir que si fuera por mí, viviría en un caos constante. No me gusta limpiar ni ordenar. Tengo del lado positivo que me gusta cocinar, planchar (poco) y trabajar en mi trabajo.
Estos últimos días me han tenido de valija de loco, de arriba para abajo, de Bogotá a Buenos Aires. Y como valija perdida en Bogotá (sí, mi valija anduvo recorriendo el mundo durante cinco días), me siento algo demorada en casa, lo que lleva a que el cargo de conciencia sea fuerte. Es por ello que he decidido poner orden….. en la cocina! De agarrar una escoba ni hablar, de estirar la cama no me hablen, y  de desarmar las valijas imposible, solo sacar la ropa sucia.
Tengo una lista grande de cosas por hacer:

14 de mayo de 2014

BO-GO-TA!

Anduve visitando la capital del país más norteño del subcontinente sudamericano, la capital de Colombia, la “peligrosa” Bogotá.  Me pareció una linda ciudad, moderna, pero clásica, conservando las construcciones coloniales, pero actualizada, con edificios increíbles (me  dijeron que era tan peligrosa, que no me animé a sacar fotos desde los taxis a los edificios “wow”), sin gente durmiendo en las calles, ni mendigando. Una ciudad limpia y verde. En algunos momentos recuerdan ciudades de Estados Unidos de Norte América, y en otros a México. Pero lo más lindo que tiene Bogotá, son los bogotanos. Son raros, pero son buena gente, gentiles, simpáticos, agradables, feitos los hombres, y las mujeres muy lindas, aunque luego de sacarles todos los “retoques”  (busto, cola, fajas, tacones, “by pass” gástricos, etc.) y las capas de maquillaje, no se como quedarán. Gente bonita de alma, orgullosos de su país y de su ciudad, ufanos de cómo han cambiado en los últimos 20 años.

Una de las cosas que más me llamó la atención, es que en Colombia el norte es el rico y el sur es el pobre, con la excepción de Medellín, así que andan al revés para nuestros criterios. Todos se hablan de Ud. aunque eso no quita que se digan “Ud. es un maricón”, “Ud. es unhijoeputa”, pero el respeto de hablarte de Ud. no lo pierden. Como les decía antes, son raros, las mujeres hiper producidas, los hombres no tanto, y bajos, pero claro, siempre existen excepciones. Para informarle al mozo del restaurant que terminaron de comer, colocan el vaso sobre el plato, toman jugo de frutas espesos a toda hora, y desayunan caldo de costilla, acompañado de huevos, frijoles, arroz, frutas tropicales, cereales, lácteos y obviamente un buen “tinto” , que no es nada más ni nada menos que un buen café colombiano.

El café es fundamental en sus  vidas, y lo saben vender muy bien. En “La Candelaria”, barrio histórico de Bogotá, andan los carritos de madera, a tracción sangre (humana), y a gritado a lo loco “el tinto, a su tinto”, café recién molido (lo muelen en el carrito) y te lo entregan recién hecho. Estos carritos son acechados por los turistas de todo el mundo para sacarse fotos y tomar un buen café.

Eso si, carritos de los que nosotros conocemos, NO HAY.

Otra cosa importante es la comida: ellos no comen para vivir, viven para comer. En todas las esquinas existen puestos de frutas, de fritos, verdulerías y carnicerías. Cadenas de comida “criolla” en todas las cuadras, compitiendo lealmente con Burger King, Mc’Donalds, y Dunkin Donuts, estos últimos comercios sin público, y las cadenas nacionales colmadas de gente.

Probé la chicha, y no quiero más limonada. También tomé “aguadepanela” (si, todo junto, con pan de Almojanas) y Changua, un desayuno de sopa de leche, con cebolla, cilantro, pan duro, huevo cocinado  y queso, “snacks” llamados achiras, y cotudos y algo que sonaba a alfandoques (excepto las achiras, todo sumamente dulce, por no decir empalagosos). Para la próxima les cuento sobre Monserrate, la Catedral de Sal, la oferta de esmeraldas y oro, el Museo del Oro, de la Policía (con la historia de cómo capturaron a Pablo Escobar), el Museo de Fernando Botero, de la Moneda, del Florero, el homenaje constante a Gabriel García Márquez, el regateo constante y la venta de minutos de celular.

Pero vale destacar que no fue a mí parecer ninguna ciudad peligrosa. Es más, caminás con más seguridad que en el centro de Montevideo. Aceptan, admiten y glorifican a los valientes turistas. Han rescatado una ciudad insegura en un lugar apto para visitar, sin descuidarse, como en cualquier otra parte del mundo, pero lleno de gente maravillosa, los bogotanos.