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14 de mayo de 2014

BO-GO-TA!

Anduve visitando la capital del país más norteño del subcontinente sudamericano, la capital de Colombia, la “peligrosa” Bogotá.  Me pareció una linda ciudad, moderna, pero clásica, conservando las construcciones coloniales, pero actualizada, con edificios increíbles (me  dijeron que era tan peligrosa, que no me animé a sacar fotos desde los taxis a los edificios “wow”), sin gente durmiendo en las calles, ni mendigando. Una ciudad limpia y verde. En algunos momentos recuerdan ciudades de Estados Unidos de Norte América, y en otros a México. Pero lo más lindo que tiene Bogotá, son los bogotanos. Son raros, pero son buena gente, gentiles, simpáticos, agradables, feitos los hombres, y las mujeres muy lindas, aunque luego de sacarles todos los “retoques”  (busto, cola, fajas, tacones, “by pass” gástricos, etc.) y las capas de maquillaje, no se como quedarán. Gente bonita de alma, orgullosos de su país y de su ciudad, ufanos de cómo han cambiado en los últimos 20 años.

Una de las cosas que más me llamó la atención, es que en Colombia el norte es el rico y el sur es el pobre, con la excepción de Medellín, así que andan al revés para nuestros criterios. Todos se hablan de Ud. aunque eso no quita que se digan “Ud. es un maricón”, “Ud. es unhijoeputa”, pero el respeto de hablarte de Ud. no lo pierden. Como les decía antes, son raros, las mujeres hiper producidas, los hombres no tanto, y bajos, pero claro, siempre existen excepciones. Para informarle al mozo del restaurant que terminaron de comer, colocan el vaso sobre el plato, toman jugo de frutas espesos a toda hora, y desayunan caldo de costilla, acompañado de huevos, frijoles, arroz, frutas tropicales, cereales, lácteos y obviamente un buen “tinto” , que no es nada más ni nada menos que un buen café colombiano.

El café es fundamental en sus  vidas, y lo saben vender muy bien. En “La Candelaria”, barrio histórico de Bogotá, andan los carritos de madera, a tracción sangre (humana), y a gritado a lo loco “el tinto, a su tinto”, café recién molido (lo muelen en el carrito) y te lo entregan recién hecho. Estos carritos son acechados por los turistas de todo el mundo para sacarse fotos y tomar un buen café.

Eso si, carritos de los que nosotros conocemos, NO HAY.

Otra cosa importante es la comida: ellos no comen para vivir, viven para comer. En todas las esquinas existen puestos de frutas, de fritos, verdulerías y carnicerías. Cadenas de comida “criolla” en todas las cuadras, compitiendo lealmente con Burger King, Mc’Donalds, y Dunkin Donuts, estos últimos comercios sin público, y las cadenas nacionales colmadas de gente.

Probé la chicha, y no quiero más limonada. También tomé “aguadepanela” (si, todo junto, con pan de Almojanas) y Changua, un desayuno de sopa de leche, con cebolla, cilantro, pan duro, huevo cocinado  y queso, “snacks” llamados achiras, y cotudos y algo que sonaba a alfandoques (excepto las achiras, todo sumamente dulce, por no decir empalagosos). Para la próxima les cuento sobre Monserrate, la Catedral de Sal, la oferta de esmeraldas y oro, el Museo del Oro, de la Policía (con la historia de cómo capturaron a Pablo Escobar), el Museo de Fernando Botero, de la Moneda, del Florero, el homenaje constante a Gabriel García Márquez, el regateo constante y la venta de minutos de celular.

Pero vale destacar que no fue a mí parecer ninguna ciudad peligrosa. Es más, caminás con más seguridad que en el centro de Montevideo. Aceptan, admiten y glorifican a los valientes turistas. Han rescatado una ciudad insegura en un lugar apto para visitar, sin descuidarse, como en cualquier otra parte del mundo, pero lleno de gente maravillosa, los bogotanos.




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