Al final se dio, no todas, pero en mayoría. No
sacamos fotos de la merienda compartida, porque era un asco esa mesa, llena de
comida, pañuelos desechables de tantas lágrimas de risas y llantos, servilletas
grasientas y botellas vacías.
Casi todo quedo vacío, excepto el alma. Esas
amigas, insisto en el tema, que no entendes como te hiciste amiga. Somos tan
diferentes, pero tan iguales. Nos respetamos en mucho y la intolerancia no
existe, aunque no concordemos en las ideologías de vida. Pero eso no quita que
no admiremos a las otras por su entereza, su fuerza, sus ganas. La verdad, es
que agradezco el habernos encontrado.
Son mujeres tiernas, buenas madres, pero
fuertes, sin perder la sensibilidad que el género nos otorgo. Hay veces que me
siento un “Carlitos” con ellas, pero me dejan ser. Gritan, apoyan los pies en
una mesa, hablan de sus vidas íntimas sin entrar en intimidades. Nos escuchamos
mientras que todas hablamos al unísono, enloquecemos a los mozos, y nos lo
agradecen, porque de alguna forma, les alegramos el día, o la tarde, y si no
nos llaman al orden desde nuestras casas, podríamos hacerlo hasta el día
siguiente.
Están las burlas porque algunas ya usamos
lentes, otras porque están mas gorditas, y sin envidia decimos que otra esta
más delgada y aquella esta igualita a siempre.
No importa lo que hablamos, para muchos serán
tonterías, pero para nosotras no lo es. Compartimos nuestras vidas, nuestros
secretos, nuestras pasiones, sin
interferir en la vida de la otra, más allá que entre los gritos o carcajadas,
alguna suelte un consejo desubicado. Todas nos contenemos, todas nos cuidamos,
todas nos queremos.
Salud amigas, por muchas reuniones más!
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