Los necios no son burros porque sí, todos tienen un
trasfondo que los hace ser necios, y muchas veces burros. Bien decía Don Cicerón, que es bien ver
vicios ajenos y olvidar los propios.
La primera vez que escuchas a un necio te retumba en la
cabeza dos palabras que repiten constantemente “yo” y “no”. Cuando estas dos
palabras se reiteran en la misma frase más de tres veces, más vale que te des
por vencido, pongas los ojos en blanco y te des media vuelta. Porque estamos
tratando con los necios burros. Una especie en proliferación casi de forma exponencial
y con posibilidad de devenirse en pandémica. Se trata de incapaces,
generalmente con años de terapia
psicoanalítica no aprovechada (tanto “yo” y “no” agobió al profesional y dejo
de escuchar para solo comenzar a perder su tiempo cobrando más caro).
Se conocen infinitas clases de necios; la más deplorable es
la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento, decía Santiago
Ramón y Cajal. Esta frase me da ganas de acabar esta nota, porque ya está todo
dicho, pero no (porque soy necia) y porque no he tratado el tema de los burros
que se creen todopoderosos. Son esos que de alguna forma inexplicable lograron
un grado universitario, que no saben hablar bien, que colocan S y N donde no
van (entendisteS, explíqueNlon).
Pero sin contar la educación formal, son esos que se niegan a
entender a otro, los motivos, las razones, las pasiones. Su mundo es tan limitado
que no saben entender que no viven, sino que solamente sobreviven.
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