A mi me encanta el invierno. En realidad, me gustan todas las estaciones,
con excepción del verano, puesto que no me gusta la playa y no soporto el calor,
y el sol me destroza la piel.
Amo el viento de otoño y la brisa de primavera. Adoro los días de invierno
tranquilos, con su lluvia y su viento. Tiene su encanto la estufa de leña y la
comida de olla, pero detesto tener siempre la nariz fría.
Paso todo el invierno con la nariz helada. No importa lo que haga, ni
cuantas bufandas me ponga. Podré tener los pies y manos calientes, tengo buen
abrigo, pero la nariz nunca, jamás entra en calor.
Tengo conocimiento real que tengo la cara muy atrás y la irrigación no
llega tan lejos, pero no me gusta sentirme una réplica de Rodolfo el Reno, con
la nariz colorada, moqueando agüita todo el día.
Creo que ya me debería hacer accionista de una fábrica de pañuelos
desechables, o inventar una especie de “naricera” para aquellos que sufrimos de
lo mismo, pues no considero que sea la única que sufre del mencionado mal.
Hay veces que pienso que debería cambiar mis preferencias y optar por el
verano, ya que no tengo alergias ni la nariz fría, pero sé que no es lo mío.
Pero tampoco me gusta andar por la vida con la vergüenza de darle un beso a
alguien conocido y congelarle la mejilla al saludado.
Hasta he pensado en comprar una nariz de payaso (total, ya la original está
roja durante todo el invierno) y forrarla internamente de tela polar. Reconozco
que es patético, pero los inviernos de narices frías son horrorosos.
Jaja! Genial texto! En mi caso agrego las manos y los pies helados...
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