Capítulo 3 – Villa Ansina, Minas de Corrales, Represa
de Cuñapirú y Lunarejo
A las 6:30 AM
nos despertamos en Melo pensando que nos invaden los brasileros. Luego del
salto, descolgarnos del techo y recuperar el aliento, nos damos cuenta que eran
rayos y centellas. La lluvia no había amainado, sino que era aun más intensa.
Era tan fuerte que hasta mis ojos llovían, y El Santi trataba de hacer de
paraguas con sus besos. El amor lo puede todo menos hacer dejar de llover.
Enfilamos para
Villa Ansina en Tacuarembó, es una parada obligatoria para cortar con la
profesión de los árboles muertos. Recuerden Uds. que en este poblado El Santi sin
querer atentó contra la vida de un árbol; podría catalogarse homicidio en grado
de tentativa sin alevosía. Hoy el árbol crece fuerte, pero necesitaba escuchar
el perdón de El Santi, así los futuros árboles que plantemos tendrán chance de desarrollarse
y no morir en el intento como los dos últimos fresnos americanos que plantamos
para que dieran sombra en nuestro jardín.
Luego de las
oraciones de disculpas tomamos la ruta hacia Minas de Corrales. El Santi, que
entendió Minas en Corrales, acelera y acelera, pero al notar que la ruta está
“detonada”, nos hace bajar la velocidad y me da tiempo de explicarle la
diferencia de lo que él entendió. Ahí si que afloja y podemos admirar los
cerros chatos hundidos en la niebla con mayor atención. Cuando llegamos a la
“capital del Oro”, descubro con cara de pequeña que es una de las pocas
ciudades que está construida en cerros, con subidas y bajadas, como Castillos
en Rocha, o Rivera mismo. Vendría a ser una especie de Taxco (México) en
miniatura, y con edificios menos emblemáticos, pero con las minas que sobran,
pero faltan sus contenidos.
Pasamos por
Santa Ernestina, que fue el primer centro de distribución de oro del Uruguay,
hasta llegar a la primera represa hidroeléctrica de América Latina, la represa
de Cuñapirú, debido su nombre al río que la potenciaba. Lo que
debería ser un monumento histórico de la humanidad y ejemplo de la revolución
industrial en Sudamérica, es al día de hoy un conjunto de taperas, llenas de
grafitis, olor a pis y abunda el excremento humano y animal. Cuna de
murciélagos y granja de helechos. La pugna entre UTE y la Intendencia, lo único
que ha conseguido es el deterioro de un lugar magnífico. Su encargado, Walter,
hace lo imposible, pero es un hombre, no un pulpo, y no le dan las manos para
todo. El habla a lo frontera, en español con dejos y acento brasilero. Nos
avisa que lo que queda de la ruta esta “detonada”, pero que hay paisajes
maravillosos.
Volviendo a
Cuñapirú, estas taperas podrían ser un museo de la industria uruguaya, proveer
de ingresos extras a los pequeños pueblos desparramados en su cercanía, pero
los chiquilines mal educados no valoran los tesoros de antaño, no valoran nada
excepto
su futuro
inmediato. Salimos de estos restos, esperando que un día alguien se acuerde de
ellas y le den su marco histórico debido.
Enfilamos por el
camino “detonado” hasta ruta 5, la primera como la gente en varios días, con
destino a Lunarejo. Venimos recorriendo la Cuchilla Negra y
seguimos hacia ruta 30, que será otra carretera desecha, con grandes porteras
dando entrada a Tranqueras, pero nosotros necios seguimos hasta Pueblo La
Palma, donde se encuentra la Posada Lunarejo. Es una maravilla ver desde la
ruta, allá lejos del ruido, lo que será nuestra casa por los próximos días. La
mufa causada por la lluvia quedo colgada en algún alambrado.
Traspasamos la
puerta, y la bienvenida no podría ser mejor, la sonrisa de Mary y un delicioso
aroma a guiso de borrego (sí! Bo-rre-go). Tratamos de ser lo más educados con
Mary, pero ella misma se da cuenta que su guiso nos puede, así que nos alojamos
(bah, tiramos el bolso en el dormitorio asignado) y tomamos por asalto al
guiso, que no se defendió valientemente, porque era tierno, que se cortaba con
el filo de la mirada.
Decir que almorzamos exquisitamente bien es poco, pero
tendremos que seguir probando para darles los “tenedores y cucharas errantes”,
tal guía Michelin. Los Pabellones ya los tiene en la hotelería y el gentil
trato de su personal.
Luego de la bien
merecida siesta, el cielo parecía que iba a abrir y dejar de llover. Aprovechando
la doble nacionalidad, nos dirigimos a Rivera, a ver que podíamos “bagayear”.
Desafortunadamente, mi pasaporte está recién emitido, y al no tener sello de
entrada, para nada me servía en el “free shop”. Pero la simpatía puede más y un
brasilero (que hasta elogió mi portugués) nos hizo la gauchada y compramos dos
o tres cosas de primera necesidad (radio nueva para el auto y una promo de
whisky). Luego decidimos recorrer la ciudad, hasta el cerro del Marco, y
pucha!, mete miedo la altura, pero nada que ver con la subida de Pena. Volvemos
a la posada, adivinen?, bajo una intensa lluvia.
Llegamos para la
cena. Sobre esta colación, que decir… El Santi me prohibió ir a la cocina a
abrazar a la cocinera por el guiso de lentejas, zapallitos rellenos y demás
platos, que eran todos deliciosos.
Mejor irse a
dormir con la panza llena y el corazón contento, y disfrutar del silencio que
solo el campo puede ofrecer. Nos dormimos con la esperanza de que deje de
llover, y hacer por la mañana el querido recorrido.
A las 5 AM yo
preguntaba si faltaba mucho para el recorrido, el cual estaba programado para
las 8 AM. El Santi me dijo todo lo que se le dice a la esposa luego de 15 años
de casados, menos que soy bonita, y desistí hasta las 7 AM. Visto que El Santi
no largaba los brazos de Morfeo, casi tengo que dar vuelta el colchón en un
ataque de celos. Nos espera el desayuno, que según el almuerzo y la cena, debe
ser espectacular, y a duras penas dejo que el pobre hombre se bañe. El desayuno
no es tan bueno
como esperaba, pero bueno, en el Uruguay no hay costumbre que la primera comida
sea fuerte; yo con las sobras del guiso de borrego habría sido feliz, pero no
es una oferta para una posada ecológica.
Esto no significa que el desayuno sea malo, simplemente que una,
esperando una propuesta rural, se quedó con ganas.
El recorrido
sale a las 8 de la mañana.
Como el camión usual esta roto (creo que es un camión ruso de
la segunda guerra mundial), vamos en dos camionetas. La primera, conducida por
Flavio (capítulo aparte) va con la familia que nos acompaña en la Posada,
matrimonios familiares, padres, hijos, yernos, que no los llevaron pero trece
nietos y un bisnieto, gente de nuestra edad (promediando a El Santi y a mí, y
la de mis abuelos) El matrimonio “madre” tiene 48 años de casados, pero van a
saltar y trepar como cualquier hijo de vecino menor de 15 años. A nosotros dos
nos toca Daniel de guía, que según le pude entender en su portuñol mascullado,
es tío de Flavio.
Flavio va
haciendo paradas cada tanto para explicarnos la flora y fauna del lugar, y en nuestro caso, ponerle subtítulos a Daniel.
Flavio explica con pasión cada detalle de la flora y fauna de este paraíso;
cuando le haces alguna pregunta, los ojos se le iluminan, y te da la respuesta
sin escatimar en detalles, pero de forma simple y tono veraz, aunque sepa todas
las leyendas que rodean a sus elementos. Sabe de todo un poco, hasta clases de
historia nos dio; vive cerca de lugares históricos y los que le quedan lejos,
los visitó. También visita otros emprendimientos como el que él maneja, para
intercambiar experiencias y aprender y saber recomendar a sus clientes, que no
son huéspedes, son amigos.
Claro está que
las vacaciones no llegaron a su término en esta sucursal del paraíso. De todas
formas tenemos que volver a casa y a la realidad. Eso nos
llevará por un recorrido histórico nacional, más abocado a los nacionalistas,
pero historia de todos.
Fin de los relatorios?? qué pena FER, yo quería seguir paseando con uds.PASTA FROLA Nro 1
ResponderEliminarno, no, no! relatorio de las vacaciones! esto sigue hasta que quede cieja o muerta!
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