Herencia de Recetas

El otro día me llama La Flaca y me dice que tiene algo que darme, que soy la única en la familia que puede llegar a entender su valor, porque precio no tiene. Yo, intrigada, empecé a preguntar y ella, al principio no largaba prenda.

 

Creo que al final la harté tanto que me dijo que el tesoro que tenía era el viejo recetario que estaba en mi casa infantil. Ese recetario que no sé quien lo compró, quien lo coleccionó, pero que perduró durante más de  35 años a la sombra en una cocina donde nadie de la familia sabía que se hacia en ese lugar, porque por arte de magia (o de la cocinera de turno) aparecían delicias sobre nuestra mesa todos los días.

El recetario cuenta con más de mil quinientas recetas. Como fue coleccionado en México, incluye repostería mexicana, antojitos y platos típicos. Pero tiene también comida internacional, recetas básicas y de las complicadas.

La Flaca tenía razón, de mi familia soy la única que puede entender el valor de esta herencia. Mi hermana no sabe nada de cocina, y hasta tuvo el descaro de ponerme a cocinar la última vez que la visité. Mi padre espera que la comida aparezca, todavía por arte de magia, en su mesa. La Flaca hace unas milanesas y arroz excelentes, pero hasta ahí, ni el agua para el té le queda bien. Gaby, desafiando las leyes de Gregor Mendel, tiene la misma concepción de la cocina que mi padre.

Tanto será la desidia de mi familia, que el lugar de recetas personales de mi nuevo recetario está sin completar, las cocineras que pasaron por casa, no necesitaban escribir sus hechizos.

El Santi y yo aprendimos juntos, por supervivencia, por buen paladar. Y la verdad que aprendimos muy bien los dos.

Ahora estoy en el proceso de estudiar cada una de las recetas, pero tengo que tener cuidado porque se me hace agua la boca, y recuerdo los sabores de mi infancia. Pero lo mejor de todo, es que aún tengo la oportunidad de poder realizar esas recetas, modificarlas, consentir a mi familia y amigos.

Este regalo ha sido la mejor herencia. La herencia que recuerda la infancia, que reanima el alma, como un buen caldo casero.