Don Horacio nació en Salto, pero anduvo a los
saltos entre Montevideo, Buenos Aires, Misiones y Paris. En esta última ciudad
escribió dos cuadernos sobre sus experiencias. Debo admitir que nunca las leí,
pero es esa melancolía uruguaya la que hace que yo escriba sobre mis viajes, así que
puedo decir que soy una mala alumna de un gran profesor que nunca me enseñó. Porque es verdad, nunca me interesé mucho por su obra hasta ahora, de vieja diría yo. En el liceo y en la escuela te hacen leerlo, yo zafé de eso, y creo
que no está bueno, porque don Horacio tenía buena letra y gran imaginación.
Pobre don Horacio, no le fue muy bien en la vida. Siempre estuvo con La Parca dándole vueltas, desde su padrastro, a una de sus mujeres, como con sus hijos. Esa dinastía que nunca llegó a ser, por gracia de la Parca esa depresión no continuo en nuestra sangre. (Pero Onetti debe ser pariente lejano, sin lugar a dudas).
Saben lo que hacía Quiroga en Paris? Entre
otras cosas ir al velódromo. Eso es marca 100% uruguaya. Pero no le fue bien, y
escribió cosas desgarradoras sobre el hambre y el frío que pasaba en París; ni
las putas le ofrecían el bocadillo que su hambre ansiaba. Sobre todo porque las cartas de Salto no
llegaban, y menos con dinero, así que el pobre tipo no sabía que hacer, muerto
de hambre y lleno de ladillas. Debe ser gracias a esto que el hombre
enloqueció del todo…. No hay vuelta, mucho sexo sin comida no sirve de nada, y
desgasta el alma y los músculos. Creo que don Franz Kafka, sin saberlo,
escribió La Metamorfosis pensando en Don Horacio, un sapo de otras aguas
sumergido en El Sena, donde no entendía nada y no era feliz, esperando una
transformación de su alma y su espíritu. Esto último llegó, y creo que para
bien de la literatura pero mal para su persona. Fue en París donde decidió dejarse esa barba
larga tan característica de él.
Quiroga vuelve al sur de América, pero decide
instalarse en Buenos Aires, donde tiene sus agarraditas con Herrera y Reissig,
todo por el GAY SABER. Hasta que Leopoldo Lugones lo lleva a Misiones, anda a
saber para qué, pero fueron a cubrir la noticia de las Misiones Jesuíticas, eso
que los monjes habían dejado en medio de la selva. Y ya está! El Horacio se enamora de esas tierras, se hace
famoso por sacarles fotos (no por
escribir) y compra un lote de hectáreas para plantar yerba mate y
naranjas. Pero para hacer eso tenía que
tener dinero, y como lo hizo? Siendo Juez de Paz. Se casó con una salteña, María
Esther, que la conoció en un carnaval, pero su vida no fue tal, ya que ella era
de familia judía. Y se la llevó a vivir a Misiones. Los padres de ella le
escribían pidiendo que dejara al tipo y el tipo se calentaba y aparte de
sopapearla, la ignoraba y pasaba días sin hablarle. María Esther decidió dar
por terminada la historia y suicidarse con veneno para hormigas que el mismo
Horacio había producido.
Ya llevamos varias muertes en la vida de
Horacio, sin contar el supuesto asesinato (por error) de su hermano Federico.
Vida marcada por la Parca si las hay. Pero vuelve a dar clases a Buenos Aires y
hacer de algo parecido a un cónsul y se
enamora de una chiquilina de 17 años. Trata de secuestrarla, no puede, de
convencer a los padres ella, menos suerte, hasta que los padres de la chica
deciden llévasela lejos. Él estaba en el momento cumbre de su éxito, lo
homenajeaban, se codeaba con Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni, pero ni
Wagner ni las damas literatas lo sedujeron y decidió pasarse a las manualidades,
haciendo gala de un buen manejo de la madera cruda. Creo a “Gaviota” su primera
embarcación.
Pero el tipo era enamoradizo y encuentra a una
compañerita de su hija, Eglé, y se enamora de ella. Su nombre era María Elena
Bravo (creo que a don Horacio le gustaban las Marías). Se casan antes que ella cumpla los dulces 20
años, con hijastros mayores que ella. Pero el amor puede más que el amor y se
vuelven a Misiones, a esa tierra roja, donde la yerba mate y las naranjas no
dan lo que él necesita para ser feliz y comienza a plantar flores y a
domesticar animales autóctonos. Nace “Pitoca”, su tercera hija, fruto de su
matrimonio con María Elena. Pero los celos absurdos de Horacio hacen que
enloquezca. Entonces Ma. Elena toma a “Pitoca” y se las toma a Buenos Aires.
El buen amigo salteño de Horacio, Enrique
Amorim, le escribe, y comienza una larga conversación por carta, sobretodo de
asuntos personales, hasta que Enrique se da cuenta que Horacio está enfermo. Y todo por carta, no había Skype para ver que el Horacio sufría, era todo a puño
y letra. Y con otros amigos, salteños y
porteños, comienzan a tramitarle una
”jubilación” (vieron como vivía del estado?), y Ma. Elena vuelve y lo ve
mal, muy mal, por lo que decide llevarlo a Buenos Aires. Lo internan en una
clínica, Ma. Elena no se mueve de su lado, pero don Horacio descubre que en el sótano
del hospital tienen a un “hombre elefante”, al cual exige lleven a su
habitación para tener una internación decorosa. El hombre elefante, don Vicente
Batistessa, queda agradecido por siempre, de tal forma que es testigo de la
confesión de Horacio, la de morir “como un cobarde” como diría luego Lugones,
envenenándose con cianuro.
Don Horacio fue único en su género en la
región, pues el Sr. Edgar Allan Poe hizo lo suyo, pero queda al gusto del
lector determinar cuál fue mejor, y hay muchos otros autores comparables. Pero
Don Horacio nos hablaba de cosas que conocemos, pero nunca pudimos conocer su
alma atormentada, no sabemos si estaba en sus genes o en su propia vida lo que
le causaría tanto dolor. Todos sus descendientes se suicidaron. No habrá otro
Quiroga, que dios lo tenga en su selva como él se lo merece.
Antes de
morir, Horacio escribió el “Decálogo del Perfecto Cuentista”, lo tengo en mi
casa, una foto que saqué en su casa, pero me temo que ese decálogo de nada
sirve si uno no tiene el alma de escritor, porque se nace, no se hace.
Pero qué buena lección de historia de la literatura para irreverentes! Me encantó.
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