Cuando yo nací mi papá tenía pelo y era joven,
todavía no usaba barba; él tenía 25 años cuando yo vine al mundo, pero junto
con mi mamá me hicieron cuando él tenia 24 y ella 20. Cuando yo nací en
Uruguay, él no estaba, pero apareció a las pocas horas, a pesar de la tormenta
de verano, con unas ansias locas que no cabía en sí (yo no me acuerdo de eso,
pero me lo contó mi abuela y mi mamá).
Don Fernando es un tipo grande, más viejo de lo
que es, la vida lo ha marcado por todos lados, no le ha dado tregua, pero
disfruta de esas pequeñas cosas que la vida le ha dado, porque no le ha
regalado nada.
Mi viejo salió a laburar de chico, porque era
necesario, no para tener “expertise” ni para aprender de la vida, sólo fue
porque no tuvo chance.
Eso no
le quitó tiempo para conocer a mi mamá, casarse con ella, y tener dos hijas (yo
y mi hermana en cronología). La vida fue tan dura con él, que pese a sus
superaciones personales la vida le arrancó a mi mamá siendo todos muy jóvenes;
mi padre rozaba los 37, yo los 12 y mi hermana los 4.
Mi viejo, que mientras mi madre vivía, nunca
dejó de estar con nosotras, siempre fue parte de nuestra vida; nos enseñó
(conmigo trató y no pudo, pero no fue su culpa) a andar en bicicleta, a
manejar, a hacer huevos fritos, detalles sobre pistones y las diferencias entre
un auto automático y uno manual. Algo de las reglas del fútbol, y a siempre
estar lindas y prolijas sin perder nuestra femineidad. No enseñó de la historia
uruguaya, y a honrar la mexicana. A amar y respetar a los animales y a las
personas.
Luego, cuando mi mamá murió, mi padre cumplió
ambos roles. Nos compró ropa interior, y me desenredó el cabello, nos aconsejó
sobre novios y amistades (pero como buenas adolescentes no le prestamos atención); y
veintilargos años después, sigue haciéndolo. La vida se reconcilió con él, y le
presentó a La Flaca, su compañera y cómplice desde hace 25 años. Gran mina,
gran mujer, buena madre, que aunque no nos parió, nos quiere como si lo hubiese
hecho. Algo que mi padre se merecía luego de tantos años y no para de agradecerle y remarcárnoslo.
Hay padres geniales, y vivo con uno de ellos,
el Santi, pero mi viejo…. Como mi viejo no hay, si no peleo con él, no somos
felices, tenemos el mismo carácter de porquería, y no me heredó su color de
ojos, sino su nariz; pero mi viejo es una muestra viva de lucha, de tesón, de no
dejarse rendir, de ganarle a la vida y pegarle tres patadas cuando te la quiere
hacer difícil.
Mi viejo no baja los brazos, levanta los puños!
Varias enfermedades lo han querido rondar en estos últimos años, y el viejo es
tan terco que las combate, las tira afuera del ring, les hace largar la toalla,
sólo para poder ser feliz y demostrarle a sus hijas que la vida sigue, pero el
que la pedalea es uno.
Hoy escucho mucho más a mi papá, y lo comprendo
cada día más, GRANDE PA!