He dicho y declarado que no voy a hablar de política ni de religión en este espacio, aunque ambos temas me encanten. Este es un lugar de expresión libre, donde la primera en ejercerlo soy yo, y Uds. que lo leen libremente, aunque no se animan a comentar públicamente llenando mi casilla de correo con sus comentarios (que manga de tímidos, yo me desnudo ante ustedes
y Uds. se tapan).
Pero sin ir a la política y a la religión, siempre hay fundamentalismos. “El mejor helado de X heladería es el de frambuesa y crema”, “los argentinos son insoportables” (ese es un fundamentalismo global) y ”los mejores chivitos son de…..”
Los fundamentalistas sufrimos mucho más de lo que se imaginan los otros mortales, porque no podemos frenar nuestra lengua, porque no podemos dejar de ser nosotros, porque la hipocresía está tan lejos de nosotros como el Ártico.
Existimos esos fundamentalistas de la vida, que insisten que el churrasco debe estar a tres grados antes de cocinado, que la pasta debe estar al “dente”, punto de cocción nuestro que otros no conocen. Que aquellos que nos hirieron no merecen ser amigos.
Es ese orden de la vida que no nos permite ser; porque estamos tan preocupados que alguien replique o se queje. Porque se pueden quejar del mundo, pero no de nosotros.
Los fundamentalistas no aceptamos segunda opinión y jugamos al “Scrabble” con El Pequeño Larousse Ilustrado a nuestro lado.
También están los fundamentalistas que no comprenden un chiste o broma, que todo debe estar dentro de sus esquemas, que no comprenden el fundamentalismo de otros al hacer comentarios absurdos o sobre temas tan replicados que ya pierden consistencia, esos comentarios que son flan mal cocinado, fofos y sin cuajada. Esos son los peores fundamentalistas, porque nosotros, los otros, podemos pasar por neuróticos.
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