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28 de agosto de 2014

Lo que el tiempo se llevó

Mi vida gira en torno a las conversaciones que mantengo, sean estas electrónicas o cara a cara. Y una amiga recordaba nuestros años de adolescencia…. Que tiempos aquellos.
Éramos chicas buenas, que ayudábamos en casa, tratábamos de sacarnos buenas notas, pero nuestros padres y abuelos decían que nuestra generación estaba perdida, que no íbamos a llegar a nada, que todo lo que hacíamos lo dejábamos por la mitad, que nos faltaba compromiso. Ojo, no todas eran pálidas, nos recompensaban de vez en cuanto, pero éramos el eslabón hallado entre la productividad y la vagancia.

Ahora somos madres y padres, y pensamos igual que otrora nuestros padres. Esta juventud esta perdida, y está más extraviada que nosotros, porque nosotros llegamos a ser adultos, pero ellos todavía están en su juventud. Ellos ya no toman sol, no tienen grandes conversaciones en un jardín al sol o en una ventana “husmeando” en la vida del vecino que nos tenía muertas de amor imposible a varias amigas a la vez.

Nos quejamos que andan todo el día “conectados”, como lo estábamos nosotros al teléfono, no consiguen trabajo, como nos pasó a nosotros. No ayudan en casa, como nosotros no respetábamos los “patines” de la abuela. Que comen porquerías, porque seguro que nosotros no nos atragantábamos a alfajores.

Es decir, nos volvimos en esos adultos que no queríamos ser, y a su vez en un monstruo peor, porque nuestros padres eran adultos, nosotros somos adultos que queremos ser jóvenes eternos, sin la madurez suficiente para encarar a un joven que la tiene más clara que nosotros.


Que lindas épocas aquellas, esas que tantas tormentas de la nostalgia se han llevado, dejando en nosotros a un adolescente en cuerpo de adulto joven, con mentalidad de niños criando al futuro de nuestro mundo. 

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