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13 de septiembre de 2014

El desafío del Cine

Hace unos veintitantos años atrás, todo el mundo pensó que en el Uruguay los cines iban a cerrar. Y efectivamente, el interior del país se quedó sin salas de proyección y las grandes salas de Montevideo se convirtieron en estacionamientos, iglesias Pentacostales, automotoras o simplemente en grandes edificios vacíos.
 
Pero surgieron los centros comerciales y con ellos vinieron los complejos cinematográficos. Con entradas que incluyen refresco y palomitas de maíz, panchos y cervezas.

La gente dejó de ir al cine y luego a cenar, porque las panzas estaban llenas de bebidas carbonatadas y maíz inflado. Las salas se llenaron de olor y ruido a “popcorn” acaramelado y de gente. Esa fue la fecha (aproximadamente) en que comenzaron mis ataques de pánico cuando hay multitud de gente comiendo (sin pensar) maíz, tal cual ave de corral. Ese fue el motivo por el que me alejé del cine. Sin contar que a El Santi no le son compatibles sus lentes para ver de lejos con los lentes 3D.

La semana pasada una amiga contó la anécdota que tuvo en una sala de “cine culto”. La señora mayor que estaba sentada a su lado le reprochaba su forma compulsiva de comer “pop” en una sala donde proyectaban una película de cine francés, aduciendo que ese tipo de tentempié es para películas tipo “Rambo”. Quiero mucho a mi amiga, pero le doy la razón a la señora.


Hoy vuelvo a las salas cinematográficas. Espero que el público presente opine lo mismo que la señora de cine francés y el público admire una obra de arte en vez de picotear maíz cual gallina clueca. 

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