Bienes conyugales

Cuando uno se casa puede compartir los gastos o no, y para ello hay varias figuras legales. Sucede lo mismo con el concubinato, pero en definitiva todo se va a compartir.

La cocina pudo haberla comprado ella, pero en ese aparato se preparará la comida de los dos, la heladera tendrá las cervezas de él y las mermeladas dietéticas de ella. Se comparte todo.

Luego pasan los años y esos regalos de casamiento o inversiones tienen que ser remplazadas, nosotros ya cambiamos la cocina, la heladera, y ahora vamos por el colchón.

Optar por el colchón adecuado es mucho más difícil que encontrar un sostén que nos quede bien, o un vaquero que no nos haga ver gordas. Es esa cosa que sí o sí, vas a compartir por los próximos 15 años, todos los días, todas las noches y todas las siestas.

Hay colchones de resortes, otros de espuma,  los que impiden que transpires, y aquellos que si te descuidas te masajean los pies y la cintura al mismo tiempo. Y es ahí cuando ves como se lleva una pareja. En zapatos y vestidos de calle, acostándose en varios colchones tal cual fuésemos Ricitos de Oro, “este me gusta, este no, este es muy caro, este ME EN-CAN-TA!”.

Tarea complicada es como distraer al vendedor, para ver si cuando haces cucharita no se hunde el colchón, o no sufrir vergüenza de hacer eso en público (no solo los vendedores de la tienda, sino ante los que pasan por la vereda de esos locales que son pura vidriera). Hay que tener carácter para no sentirse protagonista de un “softporno” de Playboy.

Lo peor es que luego de probar varios colchones, el vendedor te pregunta “Prefieren un colchón con memoria?”. Y ahí aparece el silencio corchea y las miradas cómplices de la pareja.

Luego de cavilar un poco, El Santi y yo preferimos un colchón con amnesia, es preferible repetir una y otra vez lo que se hará sobre ese colchón a que uno que te recuerde lo que roncaste anoche. Es por eso que el nuevo colchón sufre de Alzheimer, es revivir la vida conyugal.