Una se va a acercando a hitos en su vida y
sufre crisis. Están las de llegar a la década redonda en la edad, están las del
divorcio (a mí no me tocó, y espero zafar de ella), la de ser rubia
súbitamente, aunque las cejas negras nos delaten, la de ver que una dejó de ser
una súper mamá para sus hijos, y la de ver a nuestros padres como héroes
nuevamente.
A mí me pasó recientemente, que un día me
levanté y era otra. La misma cara, pero con un grano de adolescente al costado
de mi nariz, con ganas de hacerme mil cirugías plásticas que no puedo pagar,
pero sintiéndome híper sexy; queriendo cambiar el guardarropa por completo,
pero probándome esas ropas que nunca usé pero la tengo hace 15 años en el
ropero. Menos mal que tengo al Santi que
me cuida la tarjeta de crédito y me “putea” un poquito en aras de hacerme
recapacitar, aunque sin éxito.
Algunos de mis amigos me dicen que como siempre
fui lenta, la crisis de los cuarenta me llegó tarde. Mis viejos se vuelven a
agarrar la cabeza, como hace 25 años atrás. El Santi está buscando una brújula,
porque dice que mi GPS interno está estropeado, y Gaby no puede entender como
no estoy con la Celeste y la Tri puesta y gritando los goles de todos los
equipos del mundial…. Es más, hay Mundial? No tengo idea de qué preparar de
cena, y estoy antojada de todas las comidas basuras que hay en la vuelta.
Pero no crean que he perdido las obsesiones de siempre, y hasta he acumulado
alguna más.
Ando rara, pero yo no me quejo de mí, el pobre
Santi es el que me tiene que fumar, como mis compañeros de trabajo y esos
amigos que por algún motivo oculto desean hacerme entrar en razones. Benditos
sean todos, ya volveré a ser la misma, u otra, peor o mejor, pero sigo siendo
yo, una cuarentona complicada, con una vida simple.
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