La gente no
entiende porque puedo morir por dos países, no entienden el patriotismo que
tengo por el Uruguay, cuando acá lo que
te mueve es el fútbol y no la nación, tampoco comprenden como me pongo de pie
ante cualquiera de ambos himnos, y que los mezcle y los “mexicanos al grito de
guerra, tiranos temblad” hagan que se me ponga la piel de gallina y se llenen
mis ojos de lágrimas.
Me sé de
memoria cada una de las fechas patrias de ambos países, esos detalles
históricos que historiadores e histéricas conocen. Pero como dije hace tiempo, copiando
la que cantaba Leonardo Fabio “no soy de aquí ni soy de allá”. Tengo hogar y
porvenir y no se cantar, pero soy de las dos patrias, la que me vio nacer, y
luego de los 15 años honrar y amar, pero también soy de México, con X, no me
jodan más con la J. La primera tierra que comí fue la mexicana, aunque nunca lo
fui del todo, porque un terremoto ocultó mi trámite de ciudadanía, y luego
volví, pero como turista.
Tan
turista, que me siento en casa, que adoro el smog y los trancazos, que la “güerita” se sube al metro y sabe moverse.
Soy esa persona que tiene por herencia un pasaporte europeo que no siente, que
no disfruta, que soy más latinoamericana (mi amiga Marianela se va a enojar,
porque nos enseñaron en la escuela mexicana que México está en Norteamérica)
que europea.
En ambos
lugares soy europea, con ojitos claros (para América, no para Europa), piel
blanca en invierno y roja en verano, soy la que hace una mezcla de canelones
con enchiladas, que los frijoles refritos son más usuales que los asados.
Prefiero el
tequila a la caña, el mate al pozole,
las enchiladas a los canelones, el asado a la barbacoa, va, no sé a quién
quiero más, si a papá o a mamá….
Ay amiga querida, como te entiendo. Eso nos pasa cuando vamos creciendo en distintos lugares y tirando nuestras raices para que allí crezcan
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